AÑORANZAS Y RECUERDOS
Hermenegildo, el joven seminarista
MONSEÑOR
HERMENEGILDO JOSÉ TORRES
ASANZA
O simplemente Hermenegildo, como lo conocemos su familia, vecinos y amigos,
un hombre sencillo, carismático, profundamente humano y rigurosamente honesto,
esa es la imagen que de él hemos forjado, quienes tenemos el privilegio de contarlo
entre nuestro entorno inmediato.
En la Ordenación sacerdotal, julio 12 de 1992
Realizo la precedente declaración, con motivo del merecido homenaje que hoy le rinde la gente de su tierra natal, San Roque, en ocasión de haber celebrado el pasado 12 de julio; 25 años de Ordenación Sacerdotal, y digo merecido, porque ello evidencia el cariño de su pueblo, que ha sido activo testigo de su paciente y prolífico caminar por la senda apostólica que su vocación eclesiástica lo llevó a explorar, marcando a su paso, visible huella de ternura, solidaridad, comprensión, y sobre todo pasión por cimentar los principios cristianos, que constituyen su égida y soporte ético fundamental.
Aún permanecen frescos en mi memoria los recuerdos de los años escolares, en que, con un modesto uniforme, a veces con sol y las más con fresca brisa matutina, entre brumosos paisajes, salíamos de nuestros hogares a las seis o seis y quince de la mañana, para empezar a caminar por una estrecha carretera de áridos pedruscos y polvo blanco, hasta llegar a la escuelita del centro parroquial, cuyo nombre recordaba, impúdicamente al ambicioso usurpador “Francisco Pizarro”.
Luego de treinta o cuarenta y cinco minutos, según sea la intensidad de los entretenimientos que el grupo de asombrados y distraídos pequeñuelos encuentre en el camino.
A veces, eran pocos los chicos que se nos unían en el camino hacía la escuela, entonces la marcha era directa y rápida, y llegábamos a la moderna edificación de dos bloques de hormigón armado y cubierta de Eternit, diez o quince minutos antes que, la vieja y sonora campana metálica llame a ingresar a las aulas, tiempo suficiente, para ir a una explanada posterior de la escuela, a entretenernos mirando la explosión de instintos primarios infantiles, expresados en riñas de pequeños, que los compañeros de los grados superiores, que seguramente ya pasaron por tan lastimeras experiencias, mezquinamente azuzaban; allí, se encontraba un rústico cercado de caña guadua, de forma circular, de aproximadamente un metro de altura y unos 25 de diámetro, donde a la usanza de entonces se realizaban denigrantes peleas de gallos, cada fin de semana; y que los escolares de ese histórico tiempo lo utilizaban como ring de boxeo, claro está, sin reglas ni rigor, afortunadamente, “solo eran niños”.
A la tarde, luego de haber transcurrido, las dos largas y tediosas jornadas de estudio, en el primer año, y luego solo una; empezábamos la marcha de retorno a casa, ahora si un numeroso equipo de chiquitines, por la polvorienta y estrecha vía, que para esas fechas era casi exclusivamente de uso peatonal, tanto por su escaso mantenimiento, como por la notable ausencia de vehículos motorizados.
Cumpliendo su apostolado, junto a la familia
En el poco extenso trayecto del camino, es de grato recuerdo el asalto
afectuoso a la molienda de Don Emiliano, tras bajar, en desbandada carrera, por
un empinado chaquiñán a la margen del entonces cristalino río Piñas, donde se
encontraba la mentada molienda; para gozar de las doradas migas de dulce que se
desprendía de los moldes al momento de elaborar la deliciosa panela, y que
generosamente la gente que ahí laboraba obsequiaba a los golosos y hambrientos
visitante vespertinos.
Igual suerte corrían los árboles de naranja de los Romero, que por quedar a
la orilla, de la vía, junto al vetusto garaje, de madera ennegrecida por el
tiempo, siempre recibían la urgente
visita de los escolares, pues su dulce y abundante jugo, resultaba delicioso
antídoto para la sed, refrescando el
cuerpo en el ardiente sol de las trece horas, cuyos perpendiculares rayos
tostaban la piel, dándole la tonalidad canela, que caracteriza a
los habitantes de este sector.
Así transcurrió nuestra vida escolar, que en años superiores ya evidenció
la vocación religiosa de Hermenegildo,
que usando prendas de vestir familiares, representaba en sus juegos infantiles
el sagrado ritual de la misa, oficiando obviamente, de sacerdote; vocación que fue alimentando y perfeccionando
a lo largo de su infancia y adolescencia, hasta que en su juventud, una vez
concluido el bachillerato en el Colegio Ocho de Noviembre, decide dar forma
real a su empeño, ingresando al Seminario Mayor San José, para empezar su
formación apostólica, como inicio de una senda que a partir de su ordenación en
1992, es conocida por todos quienes han sido testigos y partícipes de su
práctica pastoral.
Fredy Torres Acaro.
Agosto 16 del 2017
S.E. Mons. Hermenegildo José Torres Asanza
Nacimiento: 02 de junio de 1966
Lugar: Pinas – Provincia de El Oro
Ordenación sacerdotal: 12 de julio de 1992
Ordenación episcopal: 12 de diciembre de 2007 (Conferencia Episcopal
Ecuatoriana. El Oro)
Hermenegildo
Torres Asanza, nació en Piñas, diócesis de Machala, el 2 de junio de 1966,
estudió en el Seminario Mayor San José, en Quito, y en la Pontificia
Universidad Católica de Ecuador.
Fue ordenado
sacerdote el 12 de julio de 1992. Fue párroco de Santa Rosa, provincia de El
Oro, y en 2000 obtuvo la Licenciatura en Teología Dogmática en la Pontificia
Universidad Gregoriana de Roma. De 2000 a 2002 fue párroco de Guanazán; y de
2000 a 2005 presidente de la Comisión Diocesana de catequesis.
Entre otras,
desempeño también las siguientes responsabilidades: Vicario Episcopal de la
zona alta de la Diócesis de Machala, presidente de la Comisión Diocesana para
la Pastoral Social, encargado de la pastoral vocacional y de la formación
permanente del Clero, miembro del Consejo Presbiteral y del Colegio de
Consultores.
Fue nombrado
Obispo Auxiliar de Machala por el papa Benedicto XVI el 31 de octubre de 2007 y
recibió la ordenación episcopal el 12 de diciembre del mismo año.
Fuente: Secretaría General de la
Conferencia Episcopal Ecuatoriana
2012-10-22.