Reminiscencias de mi viejo
a los 27 años de su partida
Ángel Benigno Torres Gallardo |
Te recuerdo, allá arriba, en la media subida al cerro de la Chuva, sentado sobre algunas ramas caídas del viejo árbol de mango, al amparo de una inmensa piedra, sobre la cual crecían helechos y wicundas pequeñas. Entre gruesos trozos del tronco de un majestuoso mango recién cortado. Entonando con vehemencia música ecuatoriana de la vieja guardia, que seguramente invocaban recuerdos de tu ya distante juventud, sentado, con la espalda encorvada, sosteniendo entre tus piernas un trozo de árbol de mango de unos 60 cm de diámetro por unos 20 cm de espesor, con gran habilidad y mucha paciencia después de haberlo emparejado con un simple machete, ahora con una azuela excavabas el corazón del tronco hasta convertirlo en un batan, que después de pulirlo con afilados trozos de vidrio iría a parar en la cocina de alguna familia para majar el plátano, agregarle maní y preparar el delicioso molloco para el desayuno de la gente de esta parte del mundo.
Te recuerdo acomodado en el patiecito posterior de la casa, sobre una banqueta afirmada en el pálido y amarillento piso de tierra pulida, junto a la vieja y desteñida banca azul y al horno de azar pan cantando entusiasmado “por más distante que de aquí me encuentre por algo siempre me han de recordar” mientras picabas en cuadritos pequeños algunas cañas dulces para darles de comer a las gallinas y a los dos chanchitos del corral. Sí, porque siempre fuiste creativo, de imaginación fértil y prolija, difícilmente hubo un problema para el que no encontraras solución. Toda madera, fierro viejo o lata retorcida en tus manos siempre se convertía en un artilugio para solucionar un problema, una carencia.
Te recuerdo los sábados y domingos en tu quiosco de la playita, junto a la cancha de ecuaboly, ubicado en tu terreno junto a la vía principal, vendiendo refrescos, cigarrillos, golosinas y por supuesto una que otra botella de aguardiente a los agitados jugadores de boly, a los mayorcitos, que ya caída la tarde hacían rueda junto a las mesitas del lugar para jugar algunas partidas de naipe. Luego cuando ya la noche llegaba y correspondía subir a la casa, juntos emprendíamos el camino por un pequeño chaquiñán junto a la cerca de grandes guabos machetones, guandos y totumos; al calor de las copas injeridas, entusiasta me contabas experiencias de juventud y la historia de canciones como “Olga se llamó la ingrata que me hizo sufrir ……”
Te recuerdo vendiendo mercancías en el mercado, transportando productos de Portovelo a Piñas, trayendo mercadería de Aguas Verdes, ingeniándote procedimientos para no perder tus productos en la aduana, tu ingenio en la cocina, esa gastronomía creativa que no siempre era la más sabrosa, aunque creo siempre sería la más nutritiva y sana. Como olvidar los sábados a tu llegada de Portovelo con un enorme queso lojano redondo envuelto en hoja soasada de bijao de color verde y café, una funda de pan grande y pesado para comer con el queso, queso que por cierto tu gustabas de ponerlo en tu taza de café caliente para degustar la mantequilla que se desprendía por efectos del ardiente líquido. A veces en el saquillo que traías tambien venían zapotes, naranjas, granadillas quijas y otras delicias.
Recuerdo tus largos discursos en mis visitas cuando ya joven venía de Quito a visitar la casa, al calor de algunos tragos me hablabas sobre el bien, el mal, el honor, la dignidad y la necesidad de ser y actuar como un hombre íntegro. Recuerdo tu afán de servicio a los demás, tu habilidad de quiropráctico ancestral recolocando huesos, sanado golpes o simplemente informando gracias a tu experiencia si era solo un golpe o estaba dislocado y requería intervención experta, tus dotes de curandero de barrio, colocando inyecciones y compresas, dar friegas y masajes curativos, tu capacidad para tazar peso y valores de cerdos, para organizar a la comunidad en torno a objetivos comunes, las mingas para limpiar caminos vecinales, traer y cuidar el agua para consumo doméstico y riego, tu autorizada palabra en litigios de tierras y cercas, tu capacidad para cultivar la tierra, tus dotes de carpintero, albañil y arquitecto natural.
En fin, querido padre hoy que han transcurrido 27 años de tu partida te recuerdo como lo que fuiste, a mis ojos del entonces niño, adolescente y joven, y te valoro desde la luz que otorga el sol poniente de mi atardecer, un hombre luchador, creativo y muy imaginativo, que lucho por sobrevivir junto a su familia, no bueno, no malo; porque son conceptos muy relativos, pero sí, sin duda alguna, un gran ser humano que dejó huellas profundas en su familia y en su entorno social inmediato, capaz de aún continuar viviendo en la memoria popular de las gentes de este pedazo de tierra que te vio nacer y a la que amaste con denuedo.
Hasta siempre.
Fredy Torres A.
27/2/2023.